Quien no renuncia a todo no puede ser mi discípulo
Reflexiones sobre las lecturas del XXIII domingo del tiempo ordinario (8 de septiembre, 2019): Sabiduría 9,13-19; Salmo 89; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14,25-33
MISSIO ofrece "Misión en la Escritura" para alimentar un corazón misionero, proporcionando reflexiones sobre los temas misioneros en las lecturas de los domingos, fiestas y días festivos.
En el evangelio de Lucas, que nos presenta este domingo XXIII del tiempo ordinario, vemos a Jesus proponiendo a la gente que lo seguía tres condiciones que podríamos llamar “extremas” para convertirse en sus discípulos:
La primera de estas exigencias extremas es que el discípulo debe estar dispuesto a relativizar todo frente al seguimiento de Jesus "Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo.”
La segunda de estas exigencias extremas, es la de tener claro de que ser discípulo no se trata de hacer sacrificios nada más, como en el antiguo testamento, sino que es entrar en un proceso personal de conversión, de conocimiento cada vez mayor de sí mismo, para aceptar los dones y retos que se tiene, trabajar en hacer fructificar los primeros y vencer los segundos, para así integrarse a la comunidad de los otros discípulos y llevar adelante alegremente la misión con sus consecuencias comunitarias y sociales. "Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío"
La tercera y última de estas exigencias es la que nos puede parecer “la más extrema” no bastan solo las otras dos, sino que el discípulo debe estar dispuesto “a dejar todo lo que tiene.” Esta exigencia es una propuesta que parece está por encima de nuestras fuerzas, por eso debemos saber poner en contexto ya que el discípulo de Jesus debe estar dispuesto a dejar todo lo que le obstaculice a continuar ese proceso de conversión personal y le impida cumplir su rol misionero en el contexto donde vive (con su familia, su comunidad y sociedad)
Tal vez no lleguemos nunca a vivir con la radicalidad de semejantes “exigencias extremas,” pero no debemos, por eso, renunciar a ellas, pues solo manteniéndolas presente como utopía, como faros que le de dirección a nuestro discipulado, podremos llevar adelante la misión que Jesus nos encomendó. Renovemos pues hoy con alegría y esperanza nuestro discipulado misionero y salgamos a las periferias de nuestra propia realidad, llevando esta buena nueva a todos, especialmente a quienes más lo necesiten.